El cuento de la semana: "Una bella película" de Guillaume Apollinaire
- Glorian Poe
- 22 abr 2020
- 7 Min. de lectura

¿Sobre qué conciencia no pesa un crimen? -preguntó el barón d’Ormesan-. Por mi parte, ya no los cuento más. He cometido algunos que me produjeron bastante dinero, y si hoy no soy millonario, debo culpar más bien a mis apetitos que a mis escrúpulos. En 1901, en unión de unos amigos, fundé la Compañía Internacional Cinematographic, a la que para abreviar llamamos C.I.C. Nuestro propósito era producir una película de gran interés y pasarla luego en los cinematógrafos de las principales ciudades de Europa y América. Nuestro programa estaba bien trazado. Gracias a la indiscreción de uno de los domésticos, pudimos obtener una escena interesantísima que representaba al presidente de la República, en momentos en que se levantaba de la cama. Siguiendo idéntico procedimiento, también logramos la filmación del nacimiento del príncipe de Albania. En otra oportunidad, después de comprar a precio de oro la complicidad de algunos funcionarios del Sultán, pudimos fijar para siempre la impresionante tragedia del gran visir MalekPacha, quien, después de los desgarradores adioses a sus esposas e hijos, bebió, por orden de su amo y señor, el funesto café en la terraza de su residencia de Pera. Sólo nos faltaba la representación de un crimen. Pero, desdichadamente, no es fácil conocer con anticipación la hora de un atraco y es muy raro que los criminales actúen abiertamente. Desesperando de lograr por medios lícitos el espectáculo de un atentado, decidimos organizarlo por nuestra cuenta en una casa que alquilamos en Auteuil a esos efectos. Primeramente habíamos pensado contratar actores para un simulacro de ese crimen que nos faltaba, pero, aparte de que con ello hubiésemos engañado a nuestros futuros espectadores al ofrecerles escenas falsas, habituados como estábamos a no cinematografiar más que la realidad, no podíamos satisfacernos con un simple juego teatral por perfecto que fuera. Llegamos así a la conclusión de echar a suerte, para establecer quién de entre nosotros debía juramentarse y cometer el crimen que nuestra cámara registraría. Mas esta fue una perspectiva ingrata para todos. Después de todo, éramos una sociedad constituida por personas de bien y nadie tomaba a broma eso de perder el honor ni aun por fines comerciales. Una noche decidimos emboscarnos en la esquina de una calle desierta, muy cerca de la villa que alquiláramos. Éramos seis y todos íbamos armados con revólveres. Pasó una pareja: un hombre y una mujer jóvenes, cuya elegancia muy rebuscada nos pareció a propósito para acondicionar los elementos más interesantes de un crimen pasional. Silenciosos, nos abalanzamos sobre la pareja y amordazándolos los condujimos a la casa. Allí los dejamos bajo el cuidado de uno de nuestro grupo, volviendo a nuestra posición. Un señor de patillas blancas vestido con traje de noche apareció en la calle; salimos a su encuentro y lo arrastramos a la casa a pesar de su resistencia. El brillo de nuestros revólveres dio razón de su coraje y de sus gritos. Nuestro fotógrafo preparó su cámara, iluminó la sala convenientemente y se aprestó a registrar el crimen. Cuatro de los nuestros se colocaron al lado del fotógrafo apuntando con las armas a los cautivos. La joven pareja estaba todavía desvanecida. Los desvestí con atenciones conmovedoras: despojé a la muchacha de la falda y el corsé, dejando al joven en mangas de camisa. Dirigiéndome al señor de esmoquin, le dije: -Señor: ni mis amigos ni yo deseamos a usted ningún mal. Pero le exigimos, bajo pena de muerte, que asesine, con este puñal que arrojo a sus pies, a este hombre y a esta mujer. Ante todo, usted tratará de que vuelvan de su desmayo; tenga cuidado de que no lo estrangulen. Como están desarmados, no cabe la menor duda de que usted logrará su propósito. -Señor -repuso cortésmente el futuro asesino- no tengo más remedio que ceder ante la violencia. Usted ha tomado todas las resoluciones y no deseo en lo más mínimo modificar una decisión cuyo motivo no se me aparece claramente; voy a pedirle una gracia, solo una: permítame cubrirme el rostro. Nos consultamos y resolvimos que era mejor así, tanto para él como para nosotros. Coloqué sobre la cara del hombre un pañuelo en el que previamente habíamos abierto dos orificios en el lugar de los ojos, y el individuo comenzó su tarea. Golpeó al joven en las manos. Nuestro aparato fotográfico empezó a funcionar, registrando esta lúgubre escena. Con el puñal dio unos puntazos en el brazo de su víctima. Esta se puso rápidamente de pie, saltando, con una fuerza duplicada por el espanto, sobre la espalda de su agresor. La muchacha volvió en sí de su desvanecimiento y acudió en socorro de su amigo. Fue la primera en caer, herida en el corazón. Luego la escena se concentró en el joven, que se abatió de una herida en la garganta. El asesino hizo las cosas bien. El pañuelo que cubría su rostro no se había movido durante la lucha, y lo conservó puesto todo el tiempo que la cámara funcionó. -¿Están ustedes conformes? -nos preguntó-. ¿Puedo ahora arreglarme un poco? Lo felicitamos por su labor. Se lavó las manos, se peinó, cepillándose luego el traje. Inmediatamente, la cámara se detuvo. *** El asesino esperó a que termináramos de hacer desaparecer los rastros de nuestro paso por el lugar, porque la policía no dejaría de ir allí al día siguiente Salimos todos juntos. Se despidió de nosotros como un perfecto hombre de mundo, y se dirigió rápidamente a su club donde, seguramente, no habría de ganar esa noche una suma fabulosa, después de semejante aventura. Saludamos muy reconocidos a ese jugador y nos fuimos a acostar. Ya teníamos nuestro crimen sensacional, que provocaría un alboroto enorme, pues las víctimas eran la mujer del ministro de un pequeño estado de los Balcanes y su amante, hijo del pretendiente a la corona de un principado de Alemania del norte. La casa había sido alquilada bajo nombre falso, y el administrador, para evitar complicaciones, declaró reconocer al inquilino en el joven príncipe. La policía estuvo atareada en el asunto durante dos meses. Los diarios publicaron ediciones especiales y, como nosotros comenzamos en ese momento nuestra gira, es de imaginar el éxito que tuvimos. La policía no sospechó ni un instante que ofrecíamos la realidad del asesinato del día. Sin embargo, nosotros lo anunciábamos con toda claridad. El público no se engañó: nos acogió de una forma entusiasta, y tanto en Europa como en América ganamos, al término de seis meses de exhibiciones, trescientos cuarenta y dos mil francos, que repartimos entre los miembros de nuestra asociación. El crimen había suscitado demasiado revuelo como para permanecer impune, y la policía terminó por detener a un levantino que no pudo presentar una coartada admisible para la noche del crimen. A pesar de sus protestas de inocencia, fue condenado a muerte y ejecutado. Tuvimos, además, mucha suerte. Nuestro fotógrafo pudo, por un feliz azar, asistir a la ejecución, con lo que nuestro espectáculo se cerraba con una nueva escena, hecha a medida para atraer a las multitudes. Cuando al término de diez años, por causas sobre las que no me extenderé, nuestra asociación se disolvió, yo había cobrado por mi parte más de un millón, que perdí en las carreras al año siguiente.
Nota biográfica de Guillaume Apollinaire:
(Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky; Roma, 1880 - París, 1918) Poeta francés que tuvo una influencia decisiva en la formación de las vanguardias de principios de siglo XX.
Hijo de una aristócrata polaca y de padre desconocido (acaso el oficial italiano Francesco d'Aspermont o un príncipe de la Iglesia), después de estudiar en liceos de Mónaco, Cannes y Niza viajó junto a su madre a París, pero las dificultades para encontrar empleo le obligaron a colocarse como preceptor de una familia en Alemania durante dos años.
Apollinaire frecuentó los círculos artísticos y literarios de la capital francesa, donde adquirió cierta notoriedad. Trabajó como contable en la Bolsa y como crítico para varias revistas, desde las que teorizó en defensa de las nuevas tendencias, como el cubismo de sus amigos Pablo Picasso y Georges Braque y el fauvismo de Henri Matisse, con los que compartió la vida bohemia de la época.
El núcleo de su obra fue la poesía, a la que entendía como un arte inseparable del conjunto de experiencias de la vida cotidiana. Fue una pieza clave en el paralelismo entre pintura y poesía que fracturó la problemática estética de las décadas anteriores y generó nuevas prácticas de vanguardia en la literatura y el arte modernos. Desde sus primeros poemas, escritos en 1897, expresó su inquietud por temas como el recuerdo, la angustia, el amor, la melancolía y el erotismo, y su intento de innovación literaria lo situó como una figura de transición entre el movimiento simbolista y el surrealista.
Apollinaire dirigió y editó una colección de clásicos eróticos (Los maestros del amor, 1909), colaboró en numerosas publicaciones, como París-midi, Mercure de France y Les Marges, en las que hacia 1909 firmaba con el seudónimo de Louise Lalane, y fundó las revistas Le Festin d'Esope (1903) y Les Soirées de París (1912). Escribió las novelas eróticas Las once mil vergas (1908) y Las hazañas de un joven Don Juan (1908), y las prosas de El encantador en putrefacción (1909), obra basada en la leyenda de Merlín y Viviana al que siguieron una serie de relatos de contenido fabuloso.
Su libro de poemas El bestiario o el Cortejo de Orfeo (1911) refleja la influencia del simbolismo, al tiempo que introduce ya importantes innovaciones formales; el reconocimiento de la crítica le llegó con Alcoholes (1913), poemario que establecerá un singular puente entre las experiencias del simbolismo y las inmediatas vanguardias. En los años siguientes publicó La antitradición futurista (1913), Los pintores cubistas (1913), defensa encendida del nuevo movimiento como superación del realismo, La Roma de los Borgia (1914) y El poeta asesinado (1916), texto fantástico iniciado en 1900 en el que aplicó su refinada ironía en la propuesta de una campaña para exterminar a todos los poetas del mundo.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se alistó como voluntario en el ejército francés, donde obtuvo el grado de teniente y la condecoración de la Cruz de Guerra. El 17 de marzo de 1916 recibió una herida de metralla en la cabeza que dejó secuelas en su salud, y durante su convalecencia escribió algunos de sus textos más recordados, como los poemas gráficos de Caligramas (1918), "ideogramas líricos" que abrirán el camino a los experimentos de la poesía visual durante el resto del siglo, y los dramas surrealistas Los pezones de Tiresias (1917) y El color del tiempo (1918). El 2 de mayo de 1918 contrajo matrimonio con Jacqueline Kolb, y el 9 de noviembre del mismo año murió víctima de la epidemia de gripe que azotaba París.
En los poemas de Caligramas, aparecidos póstumamente, Guillaume Apollinaire llevó al extremo la experimentación formal de sus anteriores obras, preludiando la escritura automática surrealista al romper deliberadamente la estructura lógica y sintáctica del poema. Son célebres, por otro lado, sus «ideogramas», en que la tipografía servía para «dibujar» objetos con el texto mismo del poema, en un intento de aproximarse al cubismo y como expresión del afán vanguardista de romper las distinciones de géneros y artes.
Extraído de Biografías y Vidas
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